jueves, 30 de diciembre de 2010

Están al cruzar la esquina: 365 días de oportunidades para mejorar!!

Tal como Quino pone en boca de Mafalda, pienso que el año próximo nos irá mejor. Las circunstancias que nos rodean no me ayudan a ser creíble, pero igual, esa es mi convicción, y trataré de explicarla acá. Nuestra vida es un reflejo fiel de nosotros mismos, de nuestros pensamientos, de nuestras acciones, incluso -o mejor dicho, más aún- de nuestra inacción.

Muchas veces nos paralizamos ante circunstancias externas duras, insólitas, que pensamos no poder superar, y allí radica lo primero que quisiera compartir con ustedes. La percepción que tenemos de nosotros mismos es lo que proyectamos a los demás. Si pensamos que somos capaces de desarrollar cualquier tarea, emprender cualquier reto, superar cualquier obstáculo, los demás nos verán como personas exitosas, aguerridas y comprometidas con su destino. Y lo mejor de todo, nosotros, al recibir esos refuerzos de nuestro entorno, afianzaremos nuestra percepción, confiaremos más en nosotros, y seguiremos adelante, creciendo, fortaleciéndonos, avanzando. Como ven, todo parte de nuestro propio pensamiento.

Ahora bien, cuando dentro de nosotros existe la convicción de que algo es imposible, que no podremos con eso, que ahora sí nos fregamos, que nadie logrará sacarnos de este problema, no tengamos ninguna duda, así será. Cada vez que nuestro pensamiento lanza un "no" hacia afuera, el universo lo repite como un eco, y regresa a nosotros potenciado. Eso nos limita en forma automática, y nuestra percepción permea hacia nuestro entorno, que nos verá como personas con problemas, negativas, depresivas o deprimidas, o al menos, problemáticas y muy estresadas. Y de nuevo, lo que los demás piensen de nosotros regresa a nosotros, confirmando nuestra percepción negativa, y profundizando nuestro error.

A estas alturas estarán pensando, "pero Rosa, ¿y el paquetazo rojo de fin de año? ¿y la unificación cambiaria? ¿también dependen de mi percepción o de mi convicción??"

Por supuesto que no. Ni esas terribles realidades de nuestra política cotidiana, ni un árbol que se cayó en la vía y la obstruyó justo cuando teníamos que pasar, ni el palo de agua que cae cuando íbamos camino a la playa, ni la muerte de un ser querido. Pero lo que sí depende de nosotros es la actitud que asumiremos frente a esas realidades. Eso sí lo gobernamos nosotros, y por eso, lo que decidamos repercutirá en nuestra vida, definitivamente.

Lo que sucede a nuestro alrededor, por terrible que sea, no puede afectarnos en forma terrible si nosotros no lo permitimos. Y no estoy hablando de convertirnos en avestruces que se esconden de la realidad, ni en comeflores que todo lo ven bello. No.

Lo que digo es que, con la plena conciencia de la situación que nos rodea -personal, familiar, de trabajo, de país- aprendamos a separar aquello cuyo cambio depende de nuestra acción directa, y clasifiquemos lo que no depende, en forma inmediata y directa, de una acción de nuestra parte. Entonces, con este mapa claro, debemos tomar decisiones en función, primero, de todo aquello que en forma directa depende de nuestra acción. Por ejemplo, cambiar de ruta para esquivar el árbol caído, idear actividades para realizar en la playa bajo techo evitando la lluvia, o recordar con alegría a aquella persona que ya no está, por haber tenido la bendición de compartir su vida.

Luego, frente a aquellas circunstancias cuya gobernabilidad escapa a nuestras manos en forma directa, preguntémonos: ¿Es importante para mí, para mi vida? ¿Qué herramientas tengo a mi alcance para incidir allí? ¿Qué cosas estoy dispuesta a sacrificar para conseguir ese cambio? Y cualquier otra pregunta cuya respuesta acorte la distancia entre aquella circunstancia alejada de mi gobernabilidad y mis acciones, porque las respuestas a esas preguntas nos permitirán delinear las acciones y actitud correspondientes.

Claro, nos conseguiremos que algunas de las respuestas a esas preguntas (y las otras que se nos ocurran dependiendo de la situación) no nos gustarán, o nos dará temor asumir las acciones que ellas indican. Eso significa que nos estamos escondiendo en nuestra zona de confort.

Según la literatura,  la zona de confort de una persona es el conjunto de ambientes y comportamientos con los cuales ella se siente segura y sin riesgo. Al ser humano por naturaleza no le gustan los cambios. Sin embargo, nuestra capacidad de crecer, aprender y superarse es mucho mayor cuando estamos en una situación incómoda. La zona de confort es como una cortina detrás de la cual pensamos que evadiremos los desafíos diarios que se nos presentan. Es un lugar de seguridad aparente, a través del cual miramos al mundo y pensamos que nos resguardamos de sus peligros.

El problema es que allí, a pesar de que nos provee un sentido de seguridad, también nos mantenemos alejados del escenario de la vida real donde se encuentran las oportunidades para generar los cambios y crecer.

La mayoría de nosotros hoy día, y frente a las circunstancias que pensamos lejanas a nuestra gobernabilidad, a mi modo de ver, nos mantenemos sentaditos en nuestra zona de confort, tuiteando, leyendo noticias en internet, viendo la realidad del país a través de la pantalla de la televisión, y criticando a los demás, porque no hacen lo que pensamos hay que hacer, porque no actúan, porque no pelean, porque no hablan o porque hablan de más, porque no hacen lo que nosotros tendríamos que estar haciendo, esa es la verdad!! La realidad no nos gusta, pero actuamos como si no tuviéramos nada que hacer para cambiarla!!


Estamos asistiendo a las postrimerías de 2010, un año del que se puede decir todo, menos que fue tranquilo y monótono. Sus semanas finales nos anuncian un inicio de 2011 bastante más intenso. ¿Seguiremos sentados esperando a que alguien nos haga la tarea? 

Conozco gente que ha puesto su vida personal de lado, y se ha resteado con esta realidad, y que día a día, unas veces con más aciertos que otras, actúa en consecuencia, para trabajar por la transformación del país. ¿Qué estamos haciendo los demás?

Los invito a pensar un poco en estas ideas, con la mente abierta, y procurando alejar el pensamiento de que eso no lo puedo cambiar yo. Miremos a nuestro alrededor, y pensemos en qué modo nuestras acciones pueden contribuir con ese cambio, con esa transformación que estamos reclamando a otros. Y hagámoslo, comencemos!!

Estoy segura de que el próximo año traerá tantos retos como oportunidades de superarlos, y por eso, con mucho trabajo, esfuerzo, constancia y convicción, nos irá mejor. Tengo fe de que así será, y mi compromiso, mis brazos, mi cerebro y mis piernas para trabajar en ello. 

Es mi deseo para todos!!















miércoles, 1 de diciembre de 2010

Rompiendo paradigmas...

Comienza hoy el último mes del año. Diciembre!


No quise dejar pasar este día para compartir con ustedes mis reflexiones, cuando apenas le quedan 30 días a este año 2010.

Es un mes tradicionalmente de alegría, de reconciliación, de renacimiento, porque celebramos la venida del hijo de Dios al mundo. La ilusión de los niños, el reencuentro de los amigos y de la familia, en fin, tantas emociones positivas que nos trae este mes lleno de magia.

En nuestro país, estos días han sido duros, y hay muchas familias que lo han perdido todo con las lluvias. Esas imágenes están metidas en mi cabeza, porque imagino lo duro que debe ser, cuando lo que se espera es estar ilusionados planificando estos días en familia, aunque sea con muy poco, y de repente se encuentran en la calle, sin lo poco que antes se tenía, y lo peor, sin saber cómo se comenzará de nuevo.

En estas reflexiones, me he paseado por las bendiciones que tenemos en casa,  y de las que estoy inmensamente agradecida, porque aunque este año ha sido muy duro, también tengo que decir que me ha permitido romper algunos paradigmas, que han significado mucho, y que han abierto más aún mi corazón y mi modo de ver la vida.

Yo me consideraba una persona optimista, pero cuando veo a los que una y otra vez se levantan luego de sus dolores, y comienzan de nuevo, convencidos de que sí se puede, creo que aún me falta mucho por crecer. Mi madre, por ejemplo, me enseña esto día a día con su ejemplo de fortaleza y energía.

Uno de mis valores más preciados ha sido siempre el compromiso. Pero no es nada comparado con el de aquellos que han dedicado su vida al servicio público, sin que se les valore en la medida de lo que realmente significan. Gente que dejó de vivir sus vidas para vivir las de todos, dejó de pensar en singular, para preocuparse por una comunidad, por una parroquia, por un municipio, por un estado, por un país. Gente que, sin recursos extraordinarios, sin vanidad, se ha comprometido a dar lo mejor de sí por un país mejor. Yo pensaba que estaba haciendo algo fuera de serie, pero cuando comparto mis días de trabajo con María Corina y su equipo, me doy cuenta de que hay niveles superiores de compromiso, que aún tengo que mejorar.

Siempre me he sentido orgullosa por ser desprendida, hasta que vi como han respondido a estas emergencias en el país las personas maravillosas con las que trabajo, como se dedican un día tras otro a conseguir ayuda, a organizar, a escuchar a la gente, a llevarles esperanza, y me doy cuenta de que se puede entregar más, todavía más, de cada uno.

Me consideraba una buena amiga, pero este año he conocido la amistad desinteresada, cariñosa, entregada, como nunca antes, como un regalo maravilloso que se instaló en mi vida, y entiendo que aún tengo mucho más que dar de mí. Mis amigos de la universidad, que ya son de la vida, y mis amigas del colegio de mis hijos, ellos todos saben quiénes son, que no han permitido que sienta desánimo ni por un minuto, sin importar el tamaño de la dificultad que se presente.

Pensaba que era solidaria, hasta que he vivido en propia experiencia el apoyo inmenso de quienes apenas nos conocen, el valor de su comprensión, lo importante de que nos tiendan esa mano en el momento preciso, y comprendo que es apenas un grano de arena lo que yo doy de mi. La gente de la Directiva del Colegio de mis hijos, los entrenadores deportivos, y algunos profesores, me han hecho sentir parte de una familia, me han hecho sentirme orgullosa del esfuerzo que hago para que mis hijos estudien allí, algo que es muy importante para nosotros, porque para mí, lo primero son mis hijos, y para ellos, ese colegio y la gente con la que comparten allí, son parte importantísima de sus vidas.

Yo pensaba que era muy trabajadora, hasta que me comparo con mi madre y con mis hermanas, y me doy cuenta del esfuerzo y la dedicación, y la búsqueda de la excelencia que ellas siempre muestran. Un modelo más que me hace retar mis límites, repensar mis esquemas.

Me dicen los que me conocen, que soy idealista, pero eso es porque no conocen a mis hijos, que, con la ternura y candidez propias de su edad, pero al tiempo con sus pies en la tierra, producto de las circunstancias que han rodeado su adolescencia, sueñan con un mundo mejor, con sus vidas maravillosas, y con las de todos los que les rodean. Estoy segura de que ese futuro que ellos ven, será pequeño ante la maravilla que les espera, y que se merecen.

Me he convencido, a través de esta reflexión, que hay que hacer que cada minuto valga la pena. Trabajar con pasión y alegría, luchar todos los días sin descanso por lo que se cree y se quiere, con convicción, y muy especialmente, conservar ese sentimiento infantil, ese niño que llevamos dentro, esa inocencia que nos permita sorprendernos con cada maravilla diaria, por sencilla que sea, y agradecer por la oportunidad de vivirla.

Felíz inicio de diciembre!!














jueves, 25 de noviembre de 2010

Historias de la Regional del Centro

A mis amigos @arrozluis @mgiron27 y @Juanpablomolina, que han estado al tanto de mis más recientes peripecias en la ARC.

Quienes me conocen saben que desde siempre he transitado la Autopista Regional del Centro, al menos 3 veces en semana. Incluso ha habido épocas en las que viajé por ella de lunes a lunes. Es más ahora que lo pienso, tengo más de 30 años en eso!! Dios mío, que locura...

La ARC, como le decimos por acá, es a mí, como el metro lo es para alguien que vive en Catia y trabaja en Chacaito. Es decir, no me parece gran cosa recorrerla. A menos, claro, que me consiga una cola, como he vivido muchísimas!! Por ponerles un ejemplo, cuando el gran Johan Santana jugaba con los Mellizos de Minesota, escuché por radio un partidazo completo lanzado por este magallanero magnífico (que de paso, lo ganó), con el carro parado y el motor apagado. Imagínense la cola!!

Siempre que estoy en esas colas recuerdo el cuento de Cortázar "La Autopista del Sur", que leí cuando estaba comenzando a estudiar en la USB. Los usuarios de esta importante vía ya somos como una gran familia, y esas colas megatrónicas facilitan la camaradería y las amistades. En mi carro, por ejemplo, nunca falta un buen libro, maní para alejar el sueño, los periódicos del día, agua, el teléfono, y a veces hasta manualidades para coser, me llevo, por si acaso una cola, pues. Hubo una época que hasta sacaba la portátil y trabajaba, o ponía una película, pero como también han aumentado su frecuencia los atracos en las colas, ya ni siquiera la llevo en el carro.

Viví la cola del desastre de la tubería que explotó en Tejerías; también la de un viernes antes de semana santa que se volcó en la Victoria una gandola de químicos peligrosos; la de una gandola que saltó el amanecer de un sábado de un lado a otro de la autopista y aplastó tres carros que venían tranquilos por el lado opuesto, en fin, por decir las más llamativas.

Hubo un tiempo en que no andaba yo sola, como en los últimos años me ha tocado, y en esas idas y venidas conversaba con @arrozluis y con @PepeClavijoA, entre otros muchos, y reflexionábamos en torno a las estadísticas de accidentes, que debo decirles que no eran tan frecuentes ni tan terribles antes como lo son ahora. Según @arrozluis, cuando uno se vanagloria porque "nunca me ha pasado nada", está retando la estadística, ya que a medida que pasa más tiempo sin que te pase algo, aumenta la probabilidad de que te pase....bueno, algo como para que el estadístico oficial del gobierno nos explique con sus teorías.

Estadísticas aparte, yo sólo he tenido un accidente real, como se denomina a cuando uno se voltea, choca, o cosas así, de magnitudes importantes. Lo demás (quedarse sin gasolina, que se espiche un caucho, que el carro se recaliente, etc., y de los que podría escribir varios capítulos también al respecto) son incidentes, en mi terminología particular.

Fue el día antes de comenzar a trabajar en Uverito, septiembre del año 1990, se me explotó un caucho regresando de Caracas a las 10 PM del funeral del papá de un amigo, y como iba a gran velocidad (en esa época yo pasaba siempre de 120 km/hr), salté la isla y caí del otro lado, en la mitad de la vía, pero de cabeza, es decir, cauchos hacia arriba. Imagínense la velocidad que llevaba, que dejé una marca de 70 metros con el techo del carro en el asfalto. No me pasó nada, absolutamente nada. Perdí la orientación, pero sabía que si no hacía ruido, los carros no me verían y me podían chocar, entonces prendí las luces y comencé a tocar corneta como loca. Lo primero que llegó fue una grúa!! Los tipos me preguntaron unas cien veces si estaba herida, porque no me podían sacar si lo estaba, antes de que llegara la Guardia Nacional. Un contrasentido, a mi modo de ver, porque si uno está herida, lo que requiere es que lo auxilien, no que se queden mirando a ver qué tal. Pero en fin, cuando llegó el chevette destartalado con los guardias, me sacaron y se dieron cuenta de que no tenía nada.

Mi primer reflejo fue caminar como loca a todo lo largo del recorrido del carro, recogiendo todo lo que salió disparado: cassettes, pedazos de mica, etc. Luego me dió por meterme al carro a recoger las cosas, claro, esa segunda loquera se me quitó rápido, porque yo llevaba dos cartones de huevos, de modo que imagínense cómo estaba el carro por dentro.

Finalmente, con la grúa nos fuimos al peaje de Tejerías, y le pedí casi de rodillas al guardia que me llevara a un teléfono público (no habían celulares!!) para avisarle a mi papá, con mi propia voz, que estaba bien, porque yo sabía que si lo llamaba otra persona, no le creería, y se pondría muy nervioso. Conseguimos un teléfono público que servía después de recorrer casi todo el pueblito, y avisé en mi casa. Le había dado también a un señor que pasaba para Caracas el teléfono de mi hermana allá, para que le avisara, y eso hizo, y casi al mismo tiempo llegaron mis padres y mi hermana al peaje. Por más que los guardias me pedían que me sentara dentro del comando, yo me pasé todo el rato parada en medio de la vía, antes del carro, para que cuando llegara mi papá, me viera a mi primero y no al carro, porque del modo en que quedó, nadie creía que al chofer no le había pasado nada.

Siempre digo que tengo mis ángeles que me protegen, y hoy de nuevo lo comprobé. Me desplazaba a Caracas, como siempre digamos, pensandito en las cosas por hacer, notando la temperatura fresca del ambiente ya llegando a Tejerías causada seguramente por las intensas lluvias que han sucedido en Miranda en los últimos días, y nada, pensando en mis cosas, como hago normalmente, mientras me desplazaba por el canal rápido a más o menos 100 km/hr, cuando zas! se abrió el capot de la camioneta, pegó bruscamente en el parabrisas, que se partió con el impacto, y al mismo tiempo salió disparado el retrovisor para el asiento de atrás....

No sé cómo hice para llegar al hombrillo sin chocar con nadie, porque en la sorpresa y el desconcierto, y el susto, no veía nada, ni para delante ni para atrás, aunque tenía los dos retrovisores laterales, pero la confusión no me dejaba recordar que estaban allí, sino hasta unos minutos más adelante. Después de los cornetazos, insultos varios, y susto generalizado, llegué al hombrillo, me paré, apagué el carro, y pensé "¿qué pasó?"

Nada. No pasó nada, gracias a Dios, y de nuevo, a los ángeles que lo ayudan conmigo. Bajé el capot, lo probé como diez veces a ver si se abría de nuevo, llamé a la persona con la que me iba a reunir para avisarle que no podría ir, y me dispuse a regresar sobre mis huellas. Ya estoy en casa, escribiéndoles.








sábado, 20 de noviembre de 2010

Aprendiendo de los hijos...

Hace poco más de una semana, llegó el mayor de mis varones a casa con una circular de una congregación religiosa. Lleno de emoción, me contó que había sido seleccionado para asistir a una convivencia durante un fin de semana en un Seminario Menor que está ubicado en Mérida, es decir, un seminario donde se forman en bachillerato y aspectos religiosos, jóvenes menores de edad con vocación espiritual y religiosa.

No les voy a negar que me asusté. Yo soy creyente, y los tengo estudiando en un colegio católico. Pero, que de sopetón te venga tu hijo futbolista, de los primeros 10 de la clase, autodidacta de la música, y artista de los dibujos de manga a decirte que "ha pensado más de una vez cómo sería ser sacerdote", es como para moverte un poco por dentro.

Una de las virtudes que más me gusta de mi hijo es su reflexividad y su sinceridad. Me contó, a diferencia de otros compañeros cuyas madres se enteraron a través de mis preguntas, cómo fue todo el proceso, qué preguntas le hicieron en la encuesta inicial que les pasaron, y qué respondió en cada una, lo cual me hizo verlo de otro modo, porque muchas de las cosas que me contó ese día nunca antes las había escuchado de parte suya.

Este aspecto me emocionó, y entonces me puse a investigar, asistí a la reunión con los padres de los niños seleccionados, escuché con atención todas las explicaciones, apoyé la iniciativa de los sacerdotes, pero también ayudé a otras tímidas madres a poner en evidencia sus angustias, que estaban todas relacionadas con la inseguridad, por cierto. Hasta lloré de la emoción con el video que nos presentaron, acerca de la vida en ese lugar tan hermoso de las montañas merideñas, donde lo más difícil debe ser no ser espiritual.

Cada preparativo que había, lo asumió con madurez, incluso en temas que lo apasionan como el fútbol, fue personalmente a informarle al entrenador las razones por las que no asistiría el viernes a entrenar ni el sábado al partido. Preparamos cuidadosamente la maleta, siguiendo todas las recomendaciones de los sacerdotes, y llegó finalmente la tarde del viernes.

Nos fuimos al terminal de pasajeros, y cuando íbamos caminando con los bolsos hacia el andén correspondiente, me dijo: "mamá, no me siento seguro". Yo le dije, "bueno, pero por qué, si estabas tan convencido, qué es lo que te angustia". No supo explicarme exactamente lo que le sucedía, y les estoy hablando de un joven que ha viajado sin mi a varios lugares de Venezuela sin problemas: a Maracaibo, a Maturín, a los Teques, y siempre se fue muy seguro, y regresó felíz de las experiencias vividas.

Pero esta vez se sintió distinto, y yo pensé rápidamente: "si lo presiono a que vaya de todos modos, irá, pero no estará conforme. Si le digo que está bien, que no vaya, así nomás, le quedará la duda de si debí insistirle". Entonces le dije que si no se sentía en paz consigo mismo no lo hiciera, porque no se trata de quedar bien con otros, sino con uno mismo. Yo lo apoyo en lo que él quiera hacer, siempre que esté convencido de que eso es lo que quiere hacer. Pero si se sintió extraño, si no sabía por qué, pero no estaba claro en irse, no podía empujarlo.

Lo que sí le dije es que tenía que darle la cara a sus compañeros y a los sacerdotes, explicarles lo que le sucedía, e informarles que había decidido no asistir. Guardamos las maletas de nuevo en el carro, y fuimos hasta el andén. Allí estaban sus amigos, no solamente los de su colegio, sino también otros compañeros del fútbol que estudian en otros colegios, y todos se alegraron cuando lo vieron, le hacían bromas y le decían que con ese equipo no habría seminaristas que les ganaran en fútbol. Fue duro para él, con ese ambiente de alegría, cariño y compañerismo, decirles que había decidido no ir. Pero lo hizo, en sus propias palabras y con sus sentimientos a flor de piel.

Luego le tocó hablar con los sacerdotes. Uno de ellos había sido con el que mejor se comunicó mi hijo en todos los días previos, y muy amablemente le contó cómo se había sentido cuando tuvo que dejar su casa para dedicarse a esto y cómo al mismo tiempo sentía la alegría de conocer nuevas experiencias. Mi hijo le explicó sus inquietudes, y el sacerdote fue comprensivo y le hizo sentir que no era culpable por decidir quedarse. Me pidió que lo esperase afuera mientras se despedía de todos, y así lo hice. En el carro de regreso, me seguía diciendo que era la primera vez que se sentía de ese modo, que no sabía explicarlo. Yo lo animé, le dije que no se preocupara, que esas cosas pasan y que lo importante es asumirlo y seguir adelante.

Ayer, me dio una lección de sinceridad, madurez y valentía, mi príncipe de 14 años.

Convirtiendo el pensamiento en palabras

Paso muchas horas del día en el carro. Entre obligaciones y colas, mucho tiempo de mi vida transcurre entre mis pensamientos y yo. Si durante todas esas horas y kilómetros recorridos hubiese tenido un "extractor de pensamientos" que funcionara en forma automática del cerebro al teclado, este blog ya sería una enciclopedia de varios tomos. Siempre me decía "tengo que comenzar a escribirlo", pero al llegar al instrumento de trabajo, algo surgía, que enfocaba mi atención hacia otro tema, otra urgencia, otra obligación, y de nuevo, a postergar la escritura.

Finalmente, llegó el momento!! 

Admiro profundamente a quienes tienen la disciplina de escribir con periodicidad. No importa si son buenos o malos, al menos son disciplinados y persistentes. Y como sé lo difícil que es comenzar, más los admiro aún.

Aquí plasmaré lo que pasa por mi mente: recuerdos, cotidianidad, angustias...mi objetivo no es sino llevar registro de lo vivido, sin intentar ser erudita ni oráculo, ni nada de eso. Seguramente la mayoría de las veces no habrá correspondencia cronológica en lo que escriba, pero eso lo hará más interesante, espero.

También habrá notas de otros, cuando me sean de ayuda para transmitir la experiencia. Vamos a ver cómo nos va!!

Rosa Campos