jueves, 25 de noviembre de 2010

Historias de la Regional del Centro

A mis amigos @arrozluis @mgiron27 y @Juanpablomolina, que han estado al tanto de mis más recientes peripecias en la ARC.

Quienes me conocen saben que desde siempre he transitado la Autopista Regional del Centro, al menos 3 veces en semana. Incluso ha habido épocas en las que viajé por ella de lunes a lunes. Es más ahora que lo pienso, tengo más de 30 años en eso!! Dios mío, que locura...

La ARC, como le decimos por acá, es a mí, como el metro lo es para alguien que vive en Catia y trabaja en Chacaito. Es decir, no me parece gran cosa recorrerla. A menos, claro, que me consiga una cola, como he vivido muchísimas!! Por ponerles un ejemplo, cuando el gran Johan Santana jugaba con los Mellizos de Minesota, escuché por radio un partidazo completo lanzado por este magallanero magnífico (que de paso, lo ganó), con el carro parado y el motor apagado. Imagínense la cola!!

Siempre que estoy en esas colas recuerdo el cuento de Cortázar "La Autopista del Sur", que leí cuando estaba comenzando a estudiar en la USB. Los usuarios de esta importante vía ya somos como una gran familia, y esas colas megatrónicas facilitan la camaradería y las amistades. En mi carro, por ejemplo, nunca falta un buen libro, maní para alejar el sueño, los periódicos del día, agua, el teléfono, y a veces hasta manualidades para coser, me llevo, por si acaso una cola, pues. Hubo una época que hasta sacaba la portátil y trabajaba, o ponía una película, pero como también han aumentado su frecuencia los atracos en las colas, ya ni siquiera la llevo en el carro.

Viví la cola del desastre de la tubería que explotó en Tejerías; también la de un viernes antes de semana santa que se volcó en la Victoria una gandola de químicos peligrosos; la de una gandola que saltó el amanecer de un sábado de un lado a otro de la autopista y aplastó tres carros que venían tranquilos por el lado opuesto, en fin, por decir las más llamativas.

Hubo un tiempo en que no andaba yo sola, como en los últimos años me ha tocado, y en esas idas y venidas conversaba con @arrozluis y con @PepeClavijoA, entre otros muchos, y reflexionábamos en torno a las estadísticas de accidentes, que debo decirles que no eran tan frecuentes ni tan terribles antes como lo son ahora. Según @arrozluis, cuando uno se vanagloria porque "nunca me ha pasado nada", está retando la estadística, ya que a medida que pasa más tiempo sin que te pase algo, aumenta la probabilidad de que te pase....bueno, algo como para que el estadístico oficial del gobierno nos explique con sus teorías.

Estadísticas aparte, yo sólo he tenido un accidente real, como se denomina a cuando uno se voltea, choca, o cosas así, de magnitudes importantes. Lo demás (quedarse sin gasolina, que se espiche un caucho, que el carro se recaliente, etc., y de los que podría escribir varios capítulos también al respecto) son incidentes, en mi terminología particular.

Fue el día antes de comenzar a trabajar en Uverito, septiembre del año 1990, se me explotó un caucho regresando de Caracas a las 10 PM del funeral del papá de un amigo, y como iba a gran velocidad (en esa época yo pasaba siempre de 120 km/hr), salté la isla y caí del otro lado, en la mitad de la vía, pero de cabeza, es decir, cauchos hacia arriba. Imagínense la velocidad que llevaba, que dejé una marca de 70 metros con el techo del carro en el asfalto. No me pasó nada, absolutamente nada. Perdí la orientación, pero sabía que si no hacía ruido, los carros no me verían y me podían chocar, entonces prendí las luces y comencé a tocar corneta como loca. Lo primero que llegó fue una grúa!! Los tipos me preguntaron unas cien veces si estaba herida, porque no me podían sacar si lo estaba, antes de que llegara la Guardia Nacional. Un contrasentido, a mi modo de ver, porque si uno está herida, lo que requiere es que lo auxilien, no que se queden mirando a ver qué tal. Pero en fin, cuando llegó el chevette destartalado con los guardias, me sacaron y se dieron cuenta de que no tenía nada.

Mi primer reflejo fue caminar como loca a todo lo largo del recorrido del carro, recogiendo todo lo que salió disparado: cassettes, pedazos de mica, etc. Luego me dió por meterme al carro a recoger las cosas, claro, esa segunda loquera se me quitó rápido, porque yo llevaba dos cartones de huevos, de modo que imagínense cómo estaba el carro por dentro.

Finalmente, con la grúa nos fuimos al peaje de Tejerías, y le pedí casi de rodillas al guardia que me llevara a un teléfono público (no habían celulares!!) para avisarle a mi papá, con mi propia voz, que estaba bien, porque yo sabía que si lo llamaba otra persona, no le creería, y se pondría muy nervioso. Conseguimos un teléfono público que servía después de recorrer casi todo el pueblito, y avisé en mi casa. Le había dado también a un señor que pasaba para Caracas el teléfono de mi hermana allá, para que le avisara, y eso hizo, y casi al mismo tiempo llegaron mis padres y mi hermana al peaje. Por más que los guardias me pedían que me sentara dentro del comando, yo me pasé todo el rato parada en medio de la vía, antes del carro, para que cuando llegara mi papá, me viera a mi primero y no al carro, porque del modo en que quedó, nadie creía que al chofer no le había pasado nada.

Siempre digo que tengo mis ángeles que me protegen, y hoy de nuevo lo comprobé. Me desplazaba a Caracas, como siempre digamos, pensandito en las cosas por hacer, notando la temperatura fresca del ambiente ya llegando a Tejerías causada seguramente por las intensas lluvias que han sucedido en Miranda en los últimos días, y nada, pensando en mis cosas, como hago normalmente, mientras me desplazaba por el canal rápido a más o menos 100 km/hr, cuando zas! se abrió el capot de la camioneta, pegó bruscamente en el parabrisas, que se partió con el impacto, y al mismo tiempo salió disparado el retrovisor para el asiento de atrás....

No sé cómo hice para llegar al hombrillo sin chocar con nadie, porque en la sorpresa y el desconcierto, y el susto, no veía nada, ni para delante ni para atrás, aunque tenía los dos retrovisores laterales, pero la confusión no me dejaba recordar que estaban allí, sino hasta unos minutos más adelante. Después de los cornetazos, insultos varios, y susto generalizado, llegué al hombrillo, me paré, apagué el carro, y pensé "¿qué pasó?"

Nada. No pasó nada, gracias a Dios, y de nuevo, a los ángeles que lo ayudan conmigo. Bajé el capot, lo probé como diez veces a ver si se abría de nuevo, llamé a la persona con la que me iba a reunir para avisarle que no podría ir, y me dispuse a regresar sobre mis huellas. Ya estoy en casa, escribiéndoles.








sábado, 20 de noviembre de 2010

Aprendiendo de los hijos...

Hace poco más de una semana, llegó el mayor de mis varones a casa con una circular de una congregación religiosa. Lleno de emoción, me contó que había sido seleccionado para asistir a una convivencia durante un fin de semana en un Seminario Menor que está ubicado en Mérida, es decir, un seminario donde se forman en bachillerato y aspectos religiosos, jóvenes menores de edad con vocación espiritual y religiosa.

No les voy a negar que me asusté. Yo soy creyente, y los tengo estudiando en un colegio católico. Pero, que de sopetón te venga tu hijo futbolista, de los primeros 10 de la clase, autodidacta de la música, y artista de los dibujos de manga a decirte que "ha pensado más de una vez cómo sería ser sacerdote", es como para moverte un poco por dentro.

Una de las virtudes que más me gusta de mi hijo es su reflexividad y su sinceridad. Me contó, a diferencia de otros compañeros cuyas madres se enteraron a través de mis preguntas, cómo fue todo el proceso, qué preguntas le hicieron en la encuesta inicial que les pasaron, y qué respondió en cada una, lo cual me hizo verlo de otro modo, porque muchas de las cosas que me contó ese día nunca antes las había escuchado de parte suya.

Este aspecto me emocionó, y entonces me puse a investigar, asistí a la reunión con los padres de los niños seleccionados, escuché con atención todas las explicaciones, apoyé la iniciativa de los sacerdotes, pero también ayudé a otras tímidas madres a poner en evidencia sus angustias, que estaban todas relacionadas con la inseguridad, por cierto. Hasta lloré de la emoción con el video que nos presentaron, acerca de la vida en ese lugar tan hermoso de las montañas merideñas, donde lo más difícil debe ser no ser espiritual.

Cada preparativo que había, lo asumió con madurez, incluso en temas que lo apasionan como el fútbol, fue personalmente a informarle al entrenador las razones por las que no asistiría el viernes a entrenar ni el sábado al partido. Preparamos cuidadosamente la maleta, siguiendo todas las recomendaciones de los sacerdotes, y llegó finalmente la tarde del viernes.

Nos fuimos al terminal de pasajeros, y cuando íbamos caminando con los bolsos hacia el andén correspondiente, me dijo: "mamá, no me siento seguro". Yo le dije, "bueno, pero por qué, si estabas tan convencido, qué es lo que te angustia". No supo explicarme exactamente lo que le sucedía, y les estoy hablando de un joven que ha viajado sin mi a varios lugares de Venezuela sin problemas: a Maracaibo, a Maturín, a los Teques, y siempre se fue muy seguro, y regresó felíz de las experiencias vividas.

Pero esta vez se sintió distinto, y yo pensé rápidamente: "si lo presiono a que vaya de todos modos, irá, pero no estará conforme. Si le digo que está bien, que no vaya, así nomás, le quedará la duda de si debí insistirle". Entonces le dije que si no se sentía en paz consigo mismo no lo hiciera, porque no se trata de quedar bien con otros, sino con uno mismo. Yo lo apoyo en lo que él quiera hacer, siempre que esté convencido de que eso es lo que quiere hacer. Pero si se sintió extraño, si no sabía por qué, pero no estaba claro en irse, no podía empujarlo.

Lo que sí le dije es que tenía que darle la cara a sus compañeros y a los sacerdotes, explicarles lo que le sucedía, e informarles que había decidido no asistir. Guardamos las maletas de nuevo en el carro, y fuimos hasta el andén. Allí estaban sus amigos, no solamente los de su colegio, sino también otros compañeros del fútbol que estudian en otros colegios, y todos se alegraron cuando lo vieron, le hacían bromas y le decían que con ese equipo no habría seminaristas que les ganaran en fútbol. Fue duro para él, con ese ambiente de alegría, cariño y compañerismo, decirles que había decidido no ir. Pero lo hizo, en sus propias palabras y con sus sentimientos a flor de piel.

Luego le tocó hablar con los sacerdotes. Uno de ellos había sido con el que mejor se comunicó mi hijo en todos los días previos, y muy amablemente le contó cómo se había sentido cuando tuvo que dejar su casa para dedicarse a esto y cómo al mismo tiempo sentía la alegría de conocer nuevas experiencias. Mi hijo le explicó sus inquietudes, y el sacerdote fue comprensivo y le hizo sentir que no era culpable por decidir quedarse. Me pidió que lo esperase afuera mientras se despedía de todos, y así lo hice. En el carro de regreso, me seguía diciendo que era la primera vez que se sentía de ese modo, que no sabía explicarlo. Yo lo animé, le dije que no se preocupara, que esas cosas pasan y que lo importante es asumirlo y seguir adelante.

Ayer, me dio una lección de sinceridad, madurez y valentía, mi príncipe de 14 años.

Convirtiendo el pensamiento en palabras

Paso muchas horas del día en el carro. Entre obligaciones y colas, mucho tiempo de mi vida transcurre entre mis pensamientos y yo. Si durante todas esas horas y kilómetros recorridos hubiese tenido un "extractor de pensamientos" que funcionara en forma automática del cerebro al teclado, este blog ya sería una enciclopedia de varios tomos. Siempre me decía "tengo que comenzar a escribirlo", pero al llegar al instrumento de trabajo, algo surgía, que enfocaba mi atención hacia otro tema, otra urgencia, otra obligación, y de nuevo, a postergar la escritura.

Finalmente, llegó el momento!! 

Admiro profundamente a quienes tienen la disciplina de escribir con periodicidad. No importa si son buenos o malos, al menos son disciplinados y persistentes. Y como sé lo difícil que es comenzar, más los admiro aún.

Aquí plasmaré lo que pasa por mi mente: recuerdos, cotidianidad, angustias...mi objetivo no es sino llevar registro de lo vivido, sin intentar ser erudita ni oráculo, ni nada de eso. Seguramente la mayoría de las veces no habrá correspondencia cronológica en lo que escriba, pero eso lo hará más interesante, espero.

También habrá notas de otros, cuando me sean de ayuda para transmitir la experiencia. Vamos a ver cómo nos va!!

Rosa Campos