viernes, 26 de agosto de 2011

El amor es la herramienta más poderosa

"El mayor mal es la falta de amor y caridad, la terrible indiferencia hacia nuestro vecino que vive al lado de la calle, asaltado por la explotación, corrupción, pobreza y enfermedad" Madre Teresa de Calcuta

Son las 12:37 de la madrugada. Acabo de regresar del Colegio, de recoger a mi hija de 17 años, que estaba en su Campamento Misión IRIE 2011, junto a sus otros 28 compañeros. Apenas era su tercer día en la Escuela Taller San Marcelino Champagnat, ubicada en el Barrio San Vicente de Maracay, lugar al cual durante casi todo el año escolar asistieron cada sábado a trabajar en obra social, cuidando a los niños del barrio, enseñándolos valores de amor, jugando con ellos, procurando hacerles sentir que el miedo, el odio, la violencia, no son los valores verdaderos, sino que hay gente que se interesa por ellos, que juega con ellos, que los enseña a pintar, a leer....

Planificaron el campamento con mucha dedicación, cuidando el más mínimo detalle, para cumplir varios objetivos: uno, fortalecerse como jóvenes y como grupo REMAR (Renovación Marista), en los valores de Jesús, siguiendo el ejemplo que su vida nos dejó. El segundo objetivo, pintar y reacondicionar la escuela para que estuviera perfecta para los niños del barrio que allí estudian cuando iniciara el año escolar, y por último, llevar adelante un plan vacacional gratis para un grupo de niños y madres del barrio San Vicente.

Este era su tercer día de actividades: en la mañana, pintando los salones, las puertas, lijando y rebarnizando los pupitres, orgullosos de su trabajo...en la tarde, felices e ilusionados con sus actividades con los niños y las madres de la comunidad, enseñándoles manualidades, trabajando con ellos en sus tareas del plan vacacional....y en la noche, reflexivos y creciendo espiritualmente, a través de sus actividades de compartir como grupo, de la oración, y del análisis de la experiencia....

Hasta esta noche.

Su ilusión juvenil, su esperanza por construir un mundo mejor, la alegría de ver las caras de los niños cada tarde, se vió truncada al encontrarse de frente con el país de violencia e inseguridad que tenemos. Mientras ellos estaban preparándose para su reunión de oración, unos recogiendo, limpiando los baños, organizando las áreas, entraron a robar un grupo de desadaptados, más o menos de la misma edad que ellos, armados, y les hicieron pasar uno de los peores momentos de sus vidas.

Los detalles no vienen al caso, porque sería revivirles ese terror y angustia que acaban de vivir, al ser apuntados con armas, que muchos de ellos ni siquiera habían visto fuera de la televisión, agredidos, despojados de sus cosas, sorprendidos en su buena fe.

Escuchar la historia de cada uno de ellos parte el corazón, porque precisamente su misión, lo que se habían planteado hacer en su tiempo libre, era contribuir con hacerle menos horrible la vida a una gente que ya la tiene horrible, con el solo hecho de vivir en un barrio que se ha establecido alrededor de un botadero de basura, donde la violencia, la pobreza, y el desaliento son el pan de cada día.

Pero lo que a mí me da más tristeza de todo esto es escuchar a mi hija llorar, pensando en la desilusión que sentirán mañana, las señoras, las niñitas, los niñitos, que ya no tendrán más plan vacacional, que hoy estaban aprendiendo a forrar cintillos, que aprendieron a elaborar muñequitos de masa flexible, que hasta una fiesta con piñata tenían organizada para hacerles en los próximos días, y ya no podrán disfrutarlo, gracias quizá a sus vecinos, o sus primos, o sus compadres, o qué se yo, porque eran gente de allí mismo, la que no entendió el valor de estos jóvenes, lo importante que es su ilusión, y el cambio que estaban queriendo hacer en esa comunidad, a través de sus niños y sus madres o hermanas.

Mi hija me ha contado tantas historias de las personas con las que ella convive cada sábado: niñas embarazadas con sólo 16 años, niños cuya madre se ha ido y los ha dejado en casa de su abuela porque ya no los quiere cuidar más, niños que le tienen terror a otros niños un poco mayores que ellos, que no se atreven ni a hablar en su presencia...supongo que son situaciones que se parecen mucho en cualquier otro barrio de Venezuela. Pero su angustia principal, su tristeza mayor, la que le arranca más lágrimas de desconsuelo, es cuando piensa que no verá más a aquellos niños, que no le podrá dar las florecitas que hoy estaban haciendo juntos...

Yo le doy gracias a Dios porque no pasó nada grave. Le estoy inmensamente agradecida a los guías del grupo, que manejaron la situación de la mejor manera, y aunque se llevaron los peores insultos, los golpes y las pistolas apuntando a la cabeza, lograron salir con bien de ese lugar, junto a la policía, dejando todo atrás, esperando que mañana sea un mejor día.

No dejo de pensar en todo lo que tenemos que hacer para transformar este país en el país que nuestros jóvenes merecen, para que ese amor, esa dedicación, pueda ver frutos positivos, y no reciban más a cambio estas agresiones y violencia que los desanimen.

Y tampoco dejo de pensar en esas madres y esos niños del barrio, pero quizá no en el mismo sentido que mi hija. Yo pienso que a ellos hay que contarles lo que sucedió, y que entiendan que sus amigos, los que les estaban regalando su tiempo para hacerlos un poco más felices, tuvieron que irse, porque alguien de su mismo entorno los agredió. Probablemente ellos no puedan hacer nada, pero siento que tienen que saberlo, que tenemos que explicárselo, para que vean la diferencia entre unos jóvenes y los otros. 

Porque quizá para los 29 jóvenes de REMAR ya nada será igual, y San Vicente dejará de ser su motivo actual de vida, pero su fortaleza espiritual, estoy segura de que los llevará a nuevos horizontes donde crear, crecer, y tocar mágicamente con todo ese amor. Pero aquellos que se quedaron allá, quién sabe, que han sido tocados en su corazón por el amor de nuestros hijos, si logramos que entiendan lo que esta noche pasó, comiencen a ver la diferencia, y quizá esa semilla en ellos, con el favor de Dios, se desarrolle tímidamente, para que al crecer, no se parezcan a los agresores de esta noche, sino más se quieran parecer a nuestros bellos, valientes y queridos hijos. Es como único podemos cambiar este país!