miércoles, 1 de diciembre de 2010

Rompiendo paradigmas...

Comienza hoy el último mes del año. Diciembre!


No quise dejar pasar este día para compartir con ustedes mis reflexiones, cuando apenas le quedan 30 días a este año 2010.

Es un mes tradicionalmente de alegría, de reconciliación, de renacimiento, porque celebramos la venida del hijo de Dios al mundo. La ilusión de los niños, el reencuentro de los amigos y de la familia, en fin, tantas emociones positivas que nos trae este mes lleno de magia.

En nuestro país, estos días han sido duros, y hay muchas familias que lo han perdido todo con las lluvias. Esas imágenes están metidas en mi cabeza, porque imagino lo duro que debe ser, cuando lo que se espera es estar ilusionados planificando estos días en familia, aunque sea con muy poco, y de repente se encuentran en la calle, sin lo poco que antes se tenía, y lo peor, sin saber cómo se comenzará de nuevo.

En estas reflexiones, me he paseado por las bendiciones que tenemos en casa,  y de las que estoy inmensamente agradecida, porque aunque este año ha sido muy duro, también tengo que decir que me ha permitido romper algunos paradigmas, que han significado mucho, y que han abierto más aún mi corazón y mi modo de ver la vida.

Yo me consideraba una persona optimista, pero cuando veo a los que una y otra vez se levantan luego de sus dolores, y comienzan de nuevo, convencidos de que sí se puede, creo que aún me falta mucho por crecer. Mi madre, por ejemplo, me enseña esto día a día con su ejemplo de fortaleza y energía.

Uno de mis valores más preciados ha sido siempre el compromiso. Pero no es nada comparado con el de aquellos que han dedicado su vida al servicio público, sin que se les valore en la medida de lo que realmente significan. Gente que dejó de vivir sus vidas para vivir las de todos, dejó de pensar en singular, para preocuparse por una comunidad, por una parroquia, por un municipio, por un estado, por un país. Gente que, sin recursos extraordinarios, sin vanidad, se ha comprometido a dar lo mejor de sí por un país mejor. Yo pensaba que estaba haciendo algo fuera de serie, pero cuando comparto mis días de trabajo con María Corina y su equipo, me doy cuenta de que hay niveles superiores de compromiso, que aún tengo que mejorar.

Siempre me he sentido orgullosa por ser desprendida, hasta que vi como han respondido a estas emergencias en el país las personas maravillosas con las que trabajo, como se dedican un día tras otro a conseguir ayuda, a organizar, a escuchar a la gente, a llevarles esperanza, y me doy cuenta de que se puede entregar más, todavía más, de cada uno.

Me consideraba una buena amiga, pero este año he conocido la amistad desinteresada, cariñosa, entregada, como nunca antes, como un regalo maravilloso que se instaló en mi vida, y entiendo que aún tengo mucho más que dar de mí. Mis amigos de la universidad, que ya son de la vida, y mis amigas del colegio de mis hijos, ellos todos saben quiénes son, que no han permitido que sienta desánimo ni por un minuto, sin importar el tamaño de la dificultad que se presente.

Pensaba que era solidaria, hasta que he vivido en propia experiencia el apoyo inmenso de quienes apenas nos conocen, el valor de su comprensión, lo importante de que nos tiendan esa mano en el momento preciso, y comprendo que es apenas un grano de arena lo que yo doy de mi. La gente de la Directiva del Colegio de mis hijos, los entrenadores deportivos, y algunos profesores, me han hecho sentir parte de una familia, me han hecho sentirme orgullosa del esfuerzo que hago para que mis hijos estudien allí, algo que es muy importante para nosotros, porque para mí, lo primero son mis hijos, y para ellos, ese colegio y la gente con la que comparten allí, son parte importantísima de sus vidas.

Yo pensaba que era muy trabajadora, hasta que me comparo con mi madre y con mis hermanas, y me doy cuenta del esfuerzo y la dedicación, y la búsqueda de la excelencia que ellas siempre muestran. Un modelo más que me hace retar mis límites, repensar mis esquemas.

Me dicen los que me conocen, que soy idealista, pero eso es porque no conocen a mis hijos, que, con la ternura y candidez propias de su edad, pero al tiempo con sus pies en la tierra, producto de las circunstancias que han rodeado su adolescencia, sueñan con un mundo mejor, con sus vidas maravillosas, y con las de todos los que les rodean. Estoy segura de que ese futuro que ellos ven, será pequeño ante la maravilla que les espera, y que se merecen.

Me he convencido, a través de esta reflexión, que hay que hacer que cada minuto valga la pena. Trabajar con pasión y alegría, luchar todos los días sin descanso por lo que se cree y se quiere, con convicción, y muy especialmente, conservar ese sentimiento infantil, ese niño que llevamos dentro, esa inocencia que nos permita sorprendernos con cada maravilla diaria, por sencilla que sea, y agradecer por la oportunidad de vivirla.

Felíz inicio de diciembre!!














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