domingo, 12 de junio de 2011

¿Violencia o Paz, como actitud de vida?

Si no podemos poner fin a nuestras diferencias, contribuyamos
 a que el mundo sea un lugar apto para ellas. John Fitzgerald Kennedy

Hace tiempo que estoy encima del tema de la violencia escolar. Me refiero a más de un año, muchos más.
Me interesa el tema, principalmente porque tengo 3 hijos adolescentes, y además, porque estoy convencida que, como dice la canción, uno cosecha lo que siembra, y la violencia, triste y lamentablemente, se ha exacerbado mucho en el discurso público en los últimos años, y aunque hay organizaciones especialistas con mucha tradición en el tema que han venido desarrollando su trabajo -como es CECODAP- el punto es que no se evidencia una aproximación integral, orgánica y planificada, de parte de las autoridades, ni públicas, ni privadas, ni desde los entes gubernamentales, ni desde las escuelas. Solo conozco alguno que otro caso específico, los cuales, en su mayoría han surgido después de que las crisis drásticas han visitado esos lugares.


Hace unos meses, por ejemplo, en Maracay un adolescente murió en manos de otro, en el liceo, por una pelea que bien hubiese podido resolverse manejando herramientas adecuadas para ello. Y hasta que ese triste incidente sucedió, fue que las autoridades y la comunidad tomaron cartas en el asunto y asumieron lo que se viene diciendo desde hace mucho tiempo: el nivel de violencia en las escuelas no es precisamente bajo, y si no tomamos conciencia de ello, y actuamos bajo la orientación de especialistas, las consecuencias pueden ser gravísimas.


No se trata solamente de obligar a llevar morrales transparentes. No. Hay que educar, comenzando por los docentes, que en su mayoría ignorando el problema, se convierten en cómplices, por decir lo menos, porque también los hay activos, que potencian con su conducta, esas actitudes violentas de los jóvenes.


Siempre le he dicho a mis hijos que, sin importar el tamaño del insulto, o de la ofensa que les lancen, la respuesta no debe ser una agresión física. Pero estoy rodeada de casos -incluidas maestras y profesores- que piensan que "hay que poner a la gente en su sitio", sugiriendo a los niños y jóvenes que un buen golpe a tiempo elimina los abusos de los demás.


Así mismo, conozco casos de alumnos abusadores, groseros, que son difíciles de controlar en el salón, y que marcan la pauta en la conducta de los docentes, pues requieren de acciones fuertes para manejar al desadaptado. También está el caso inverso, de docentes que con sus actitudes, no solamente amparan la violencia entre compañeros, sino que la promueven.


¿Cómo comienza todo? Con comentarios que parecieran inocuos, pero que son ofensivos, y la gente se va acostumbrando a ello, con lo que el nivel de agresiones va en aumento, hasta que llega a ser incontrolable, como el caso del liceo de Maracay que mencioné.


Les comentaré un par de casos, de parte de docentes en diferentes instituciones aragüeñas. Y lo pongo en el tapete, porque cuando he discutido estos casos con mis hijos, me aterro cuando me doy cuenta que el nivel de costumbre a situaciones similares en el entorno es tal, que casi terminaron justificando a esos docentes, cosa que es terrible, pues se pierde la noción de respeto, de convivencia, de tolerancia, que tanto hace falta en nuestro país.


Primer ejemplo: una docente, haciendo sus clásicas preguntas en clase para verificar que el grupo está atento y se ha preparado, le increpa a viva voz, y frente a toda la clase, a uno de sus alumnos, que no respondió rápida y correctamente: "entonces, fulanito, tú como que te hiciste la paja esta mañana? estás ahuevoneado!"


El joven que nos lo cuenta, ante la mirada atónita y la pregunta nuestra de qué dijeron ellos, respondió, risueño, "nada, solo nos reímos".


Segundo ejemplo: otra docente, entra al salón y los alumnos recién comenzando primer año de bachillerato, la saludan en coro "buenos días", manifestando su hábito traído de primaria, a lo que la docente responde "no sabía que tenía un salón de becerros"


Ambos casos son reales. Los conozco. Cuando los converso con otras personas, mucha gente no le da importancia, parecieran comentarios sin consecuencias, porque no dan golpes físicos, claro. Sin embargo, para mí es una muestra clara de la pérdida de valores, y lo lamentable es que surjan desde la tarima de quienes deben educar. Y del insulto verbal a la agresión física, no es mucho lo que falta.


Como dije al inicio, me preocupa mucho este tema. Hoy la prensa y el twitter me lo trajeron al tapete de nuevo, y me motivaron a compartir mi preocupación con ustedes. 


No soy especialista, pero consulto a quienes sí lo son, y me enfoco en procurar educar a mis hijos, fortaleciendo los valores de respeto, tolerancia y convivencia, para contrarrestar el desdibujo terrible del entorno, aunque claro, lo ideal sería que hubiese una conciencia ciudadana de la gravedad del problema, y entre todos, autoridades y comunidad, actuáramos al respecto.

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