A mis amigos @arrozluis @mgiron27 y @Juanpablomolina, que han estado al tanto de mis más recientes peripecias en la ARC.
Quienes me conocen saben que desde siempre he transitado la Autopista Regional del Centro, al menos 3 veces en semana. Incluso ha habido épocas en las que viajé por ella de lunes a lunes. Es más ahora que lo pienso, tengo más de 30 años en eso!! Dios mío, que locura...
La ARC, como le decimos por acá, es a mí, como el metro lo es para alguien que vive en Catia y trabaja en Chacaito. Es decir, no me parece gran cosa recorrerla. A menos, claro, que me consiga una cola, como he vivido muchísimas!! Por ponerles un ejemplo, cuando el gran Johan Santana jugaba con los Mellizos de Minesota, escuché por radio un partidazo completo lanzado por este magallanero magnífico (que de paso, lo ganó), con el carro parado y el motor apagado. Imagínense la cola!!
Siempre que estoy en esas colas recuerdo el cuento de Cortázar "La Autopista del Sur", que leí cuando estaba comenzando a estudiar en la USB. Los usuarios de esta importante vía ya somos como una gran familia, y esas colas megatrónicas facilitan la camaradería y las amistades. En mi carro, por ejemplo, nunca falta un buen libro, maní para alejar el sueño, los periódicos del día, agua, el teléfono, y a veces hasta manualidades para coser, me llevo, por si acaso una cola, pues. Hubo una época que hasta sacaba la portátil y trabajaba, o ponía una película, pero como también han aumentado su frecuencia los atracos en las colas, ya ni siquiera la llevo en el carro.
Viví la cola del desastre de la tubería que explotó en Tejerías; también la de un viernes antes de semana santa que se volcó en la Victoria una gandola de químicos peligrosos; la de una gandola que saltó el amanecer de un sábado de un lado a otro de la autopista y aplastó tres carros que venían tranquilos por el lado opuesto, en fin, por decir las más llamativas.
Hubo un tiempo en que no andaba yo sola, como en los últimos años me ha tocado, y en esas idas y venidas conversaba con @arrozluis y con @PepeClavijoA, entre otros muchos, y reflexionábamos en torno a las estadísticas de accidentes, que debo decirles que no eran tan frecuentes ni tan terribles antes como lo son ahora. Según @arrozluis, cuando uno se vanagloria porque "nunca me ha pasado nada", está retando la estadística, ya que a medida que pasa más tiempo sin que te pase algo, aumenta la probabilidad de que te pase....bueno, algo como para que el estadístico oficial del gobierno nos explique con sus teorías.
Estadísticas aparte, yo sólo he tenido un accidente real, como se denomina a cuando uno se voltea, choca, o cosas así, de magnitudes importantes. Lo demás (quedarse sin gasolina, que se espiche un caucho, que el carro se recaliente, etc., y de los que podría escribir varios capítulos también al respecto) son incidentes, en mi terminología particular.
Fue el día antes de comenzar a trabajar en Uverito, septiembre del año 1990, se me explotó un caucho regresando de Caracas a las 10 PM del funeral del papá de un amigo, y como iba a gran velocidad (en esa época yo pasaba siempre de 120 km/hr), salté la isla y caí del otro lado, en la mitad de la vía, pero de cabeza, es decir, cauchos hacia arriba. Imagínense la velocidad que llevaba, que dejé una marca de 70 metros con el techo del carro en el asfalto. No me pasó nada, absolutamente nada. Perdí la orientación, pero sabía que si no hacía ruido, los carros no me verían y me podían chocar, entonces prendí las luces y comencé a tocar corneta como loca. Lo primero que llegó fue una grúa!! Los tipos me preguntaron unas cien veces si estaba herida, porque no me podían sacar si lo estaba, antes de que llegara la Guardia Nacional. Un contrasentido, a mi modo de ver, porque si uno está herida, lo que requiere es que lo auxilien, no que se queden mirando a ver qué tal. Pero en fin, cuando llegó el chevette destartalado con los guardias, me sacaron y se dieron cuenta de que no tenía nada.
Mi primer reflejo fue caminar como loca a todo lo largo del recorrido del carro, recogiendo todo lo que salió disparado: cassettes, pedazos de mica, etc. Luego me dió por meterme al carro a recoger las cosas, claro, esa segunda loquera se me quitó rápido, porque yo llevaba dos cartones de huevos, de modo que imagínense cómo estaba el carro por dentro.
Finalmente, con la grúa nos fuimos al peaje de Tejerías, y le pedí casi de rodillas al guardia que me llevara a un teléfono público (no habían celulares!!) para avisarle a mi papá, con mi propia voz, que estaba bien, porque yo sabía que si lo llamaba otra persona, no le creería, y se pondría muy nervioso. Conseguimos un teléfono público que servía después de recorrer casi todo el pueblito, y avisé en mi casa. Le había dado también a un señor que pasaba para Caracas el teléfono de mi hermana allá, para que le avisara, y eso hizo, y casi al mismo tiempo llegaron mis padres y mi hermana al peaje. Por más que los guardias me pedían que me sentara dentro del comando, yo me pasé todo el rato parada en medio de la vía, antes del carro, para que cuando llegara mi papá, me viera a mi primero y no al carro, porque del modo en que quedó, nadie creía que al chofer no le había pasado nada.
Siempre digo que tengo mis ángeles que me protegen, y hoy de nuevo lo comprobé. Me desplazaba a Caracas, como siempre digamos, pensandito en las cosas por hacer, notando la temperatura fresca del ambiente ya llegando a Tejerías causada seguramente por las intensas lluvias que han sucedido en Miranda en los últimos días, y nada, pensando en mis cosas, como hago normalmente, mientras me desplazaba por el canal rápido a más o menos 100 km/hr, cuando zas! se abrió el capot de la camioneta, pegó bruscamente en el parabrisas, que se partió con el impacto, y al mismo tiempo salió disparado el retrovisor para el asiento de atrás....
No sé cómo hice para llegar al hombrillo sin chocar con nadie, porque en la sorpresa y el desconcierto, y el susto, no veía nada, ni para delante ni para atrás, aunque tenía los dos retrovisores laterales, pero la confusión no me dejaba recordar que estaban allí, sino hasta unos minutos más adelante. Después de los cornetazos, insultos varios, y susto generalizado, llegué al hombrillo, me paré, apagué el carro, y pensé "¿qué pasó?"
Nada. No pasó nada, gracias a Dios, y de nuevo, a los ángeles que lo ayudan conmigo. Bajé el capot, lo probé como diez veces a ver si se abría de nuevo, llamé a la persona con la que me iba a reunir para avisarle que no podría ir, y me dispuse a regresar sobre mis huellas. Ya estoy en casa, escribiéndoles.